BOLEADA FATAL EN LORETO
Las boleadas de ñandúes representaban para el gaucho, hacendados y vecinos de centros poblados, una gran distracción y la posibilidad de algún beneficio económico. Esta actividad implicaba una serie de pasos para la captura de las presas, y de gente especializada en este quehacer. Estanislao Zeballos lo expresa con su rica pluma: “La cacería salvaje de avestruces es un espectáculo grandioso, juego caballeresco de héroes, de árabes, de indios y de gauchos, que funda la gloria de unos, rodea de la amorosa aureola de la mujer a los mas gallardos y arrebata a otros la salud o la vida, entre la polvareda del desierto”. Sin embargo esta práctica, mas allá de lo placentero, conllevaba numerosos riesgos, que no se reducían a las numerosas rodadas de sus caballos, sino también a la posibilidad cierta de que, al estar en territorio externo de las fronteras, ser pasible del ataque de los aborígenes, que solían frecuentar algunos sitios con idéntico objetivo, además de arrear ganado. Uno de estos ataques se produjo el 20 de octubre de 1872, cuando una gran expedición formada por gauchos y vecinos de los pagos de Pergamino llevaba a cabo una de las habituales boleadas de ñandúes en los campos de Loreto, en el sur santafesino. Escoltados por una milicia al mando del comandante Bengolea, quienes hallándose fuera de servicio formaban parte del propósito de la tradicional aventura, fueron sorprendidos por una enorme invasión de indios en proximidades del antiguo Fuerte de Loreto, en cercanías de la Laguna del Zapallar. Como resultado del encuentro se producen importantes bajas entre los entusiastas boleadores, cayendo algunos cautivos y otros murieron, sufriendo además el robo de alrededor de mil caballos.
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