Dadas las dificultades que presentaba el camino real entre Santiago y Mendoza, que quedaba interrumpido por la nieve durante varios meses al año, es que el Rey de España Carlos IV, por medio de la Real Cédula de 1793, propiciaba la búsqueda de un camino más directo entre Concepción y Buenos Aires, con el objeto de viabilizar el comercio entre ambos reinos e integrar a los naturales a los intereses de la corona, evitando de tal modo que sus voluntades sean captadas por potencias extranjeras que merodeaban las costas del sur, lo que representaba una amenaza a sus dominios territoriales.
De las distintas misiones de reconocimento en este sentido, como las de José Santiago Cerro y Zamudio, José Sourryère de Souillac, José Barros, Justo Molina y Luis de la Cruz, sobresalieron las llevadas a cabo por estos dos últimos, quienes fueron los únicos que lograron atravesar los territorios pehuenches y ranqueles, obteniendo su autorización y auxilios necesarios para franquear sus dominios, interactuando de tal modo con los indios de la Cordillera y del Mamüll Mapu, a partir de una relación interétnica en paz y armonía, que permitió el logro de sus propósitos, los cuales incluían el conocimiento de sus poblaciones, de sus hábitats, pautas culturales, caminos, etc.
Acompañaban a De la Cruz los grandes jefes pehuenches, como Manquel y Puelmanc, quienes lo hacían por respeto al alcalde de Concepción y por las relaciones de interés recíproco con las autoridades españolas, pero a la vez recelosos ya que debían encontrarse con sus otroras enemigos de las guerras pehuenches, ahora afincados en las pampas: los ranqueles liderados por el cacique gobernador Carripilun.
Si bien las expediciones de Molina y De la Cruz, no tuvieron un efecto inmediato en la apertura de esos caminos, fundamentalmente por la realidad política que viviría el virreinato a partir de la invasión inglesa de 1806 (28 de junio), producida casi simultáneamente con el arribo de De la Cruz a Melincué el 5 de julio de ese año, significó una muestra de relación pacífica y de colaboración, poco frecuente por entonces, a la vez que permitió descubrir más aún las rastrilladas y parajes como el mundo pampeano. La ausencia de posteriores emprendimientos de esta naturaleza, las tuvieron como referencia obligada para las expediciones militares, de consideración cartográfica y para la ulterior “conquista” del desierto.
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