viernes, 20 de mayo de 2022

A desalambrar: los pueblos originarios frente al alambrado. Una aproximación a un vínculo conflictivo

Juan Francisco Carllinni
Durante las XVIII Jornadas Interescuelas del Departamentos de Historia, realizadas en la Universidad Nacional de Santiago del Estero entre los días 10 y 13 de mayo de 2022, en la mesa Nº 39 se destacó la ponencia "A desalambrar: los pueblos originarios frente al alambrado. Una aproximación a un vínculo conflictivo" de Juan Francisco Carllinni. Compartimos a continuación la misma.
A DESALAMBRAR: LOS PUEBLOS ORIGINARIOS FRENTE AL ALAMBRADO. UNA APROXIMACIÓN A UN VÍNCULO CONFLICTIVO
Juan Francisco Carllinni
Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación
Universidad Nacional de La Plata
Provincia de Buenos Aires, Argentina
“Suerte que el cielo está encima,
sino también lo alambraban”
Marcelo Berbel (1)

Hoy en día, al salir a recorrer la inmensidad de nuestro país, veremos alambrados por todos los rincones; hasta podremos percatarlos como parte “natural” y armónica del paisaje rural. Pero la ciencia histórica debe dar por tierra esa imagen bucólica.
Para ello, en este trabajo historizo la configuración espacial que fue adquiriendo el sistema del alambrado en la Argentina. Particularmente, me centraré en el área pampeana-norpatagónica, desde mediados del siglo XIX a mediados del siglo XX.
En 1845 Richard Black Newton introdujo el alambrado en el país; sistema que, con el correr de los años, se fue generalizando en su uso, para así llegar al año 1930 (2) delimitando y parcelando gran parte del territorio. Esta área fue ocupada desde tiempos ancestrales por pueblos originarios de diferentes culturas, pero que comprendían el espacio como una totalidad indivisible. Con el desarrollo del Estado-nación, del sistema capitalista y de la propiedad privada la lógica ancestral de vida comunitaria fue violentamente alterada y afectada; y, claro está, que el alambrado fue partícipe directo, materializando -en gran parte- este despojo.
El objetivo de esta investigación es reconstruir las diferentes estrategias de resistencia que los pueblos originarios desarrollaron frente al alambrado. Pero si bien analizo su accionar, también tendré presente las reacciones que tuvieron otros sujetos subalternos del espacio rural: los gauchos. Tanto indígenas como gauchos fueron encorsetados y coaccionados por este sistema; es por ello, que analizo aquí el vínculo conflictivo que significó para ambos sectores subalternos la llegada y difusión del alambrado.
Tanto indígenas como gauchos fueron encorsetados
y coaccionados por el alambrado
Diferentes ejes analíticos o nudos problemáticos estructuran el trabajo. El primer eje es el historiográfico, donde analizo -a modo de contrapunto- la valorización positiva que se le dio desde la historia rural y tradicional al alambrado como “símbolo de progreso”; con la noción obstaculista que nos brindan los estudios históricos y antropológicos centrados en comprender realmente la lógica ancestral de los pueblos originarios. El segundo eje es el de la territorialización diferencial. Para la sociedad indígena el territorio es ancestral y comunitario; en cambio, para la sociedad estatal y capitalista la tierra/propiedad es “moderna” y privada. Si bien puede tratarse del mismo espacio geográfico concreto; territorio y tierra, aunque parezcan sinónimos, no significan lo mismo. El tercer y último eje es el de la resistencia, concepto analítico que va a sobrevolar y estar presente en todo el recorrido del trabajo. Aquí detallaré las particularidades de la resistencia indígena frente al alambrado, y también las (re)acciones que tuvieron los gauchos al “…agudo violineo de alambre” (3) . Por lo tanto, entender el proceso alambrador como un proceso de intrusión nos permitirá comprender las relaciones de poder existentes entre la sociedad estatal/capitalista y la sociedad indígena.
De esta manera, los tres ejes nos darán la pauta que ésta problemática va más allá en el espacio y en el tiempo. La propiedad privada, el alambrado y el despojo siguen minando, aún hoy día, pero con estrategias más afinadas, los territorios de los pueblos originarios. Si bien tratamos aquí acontecimientos decimonónicos y sucesos del siglo XX; en la actualidad, al cumplirse dos décadas del siglo XXI, la propiedad privada y el alambrado siguen ganando terreno a costa de otras posibles configuraciones territoriales. Será cuestión de no dar por cerrada ésta historia; porque como sostuvo el antropólogo mexicano Guillermo Bonfil Batalla, “No son todavía historias, en otro sentido, porque no son historias concluidas, ciclos terminados de pueblos que cumplieron su destino y `pasaron a la Historia´, sino historias abiertas, en proceso, que reclaman un futuro propio”. (4)
El alambrado no sólo es un trozo de metal: cuando el alambre se convirtió en alambrado
El alambrado es mucho más que un conjunto de hilos de alambre espaciados. Aquí lo entendemos como un sistema que propició y materializó la propiedad privada en el ámbito rural; como también, el despojo territorial que sufrieron los pueblos originarios de pampa y de norpatagonia, entre los siglos XIX y XX (5). Si el alambre de hierro es, entonces, solo la materia prima, entender al alambrado como sistema nos permitirá comprender la sinergia entre el proceso alambrador y el proceso de despojo.
El sistema del alambrado no sólo llegó para parcelar la propiedad privada (otrora territorio comunitario-ancestral de los pueblos originarios) sino, al analizar los diferentes trabajos que trataron la temática, puedo afirmar, que éste funciona también como un “parteaguas” entre dos visiones historiográficas disímiles. Una visión centrada en la historia rural o tradicional la cual valoriza positivamente al alambrado como “símbolo de progreso” o, simplemente, como una “mejora rural”. La otra visión, crítica del proceso alambrador, es la que nos brindan los estudios históricos y antropológicos recientes, los cuales lo presentan como un obstáculo para el desarrollo territorial comunitario.
La visión “ruralista” pondera al alambrado como ícono del “progreso modernizante” en Argentina (6) . Sin duda, ésta noción promotora del proceso alambrador encontró bases sólidas en el desarrollo del modelo agroexportador, en plena conjunción con los intereses del Estado Nacional Argentino del último cuarto del siglo XIX (7). Dentro de estos estudios que ensalzan al alambrado, encontramos una crónica costumbrista que relata -en primera persona- la experiencia de un viajero francés en nuestro país. Concretamente me refiero al libro Recuerdos y relatos de la guerra de fronteras, que escribió Alfredo Ébèlot (8), en el cual nos brinda -siguiendo su lenguaje- sus impresiones de la vida en las fronteras interiores con el indio. El autor relata que los indígenas tuvieron “…un tradicional y sagrado horror por todo cuanto es medición de tierras” porque, ante la aparición de la figura del agrimensor, “todo campo donde él aparece está perdido para ellos; podrán ir a robar animales y después huir, pero ya no podrán más pasearse libres y dueños de sí mismos persiguiendo guanacos y avestruces” (Ébèlot; 1968: 34-35).
La presencia del agrimensor y su función de medir y delimitar los espacios, era la acción previa que los pobladores originarios alertaban ante la inminente pérdida de sus territorios ancestrales. Luego de, y por la medición catastral se estaba a pasos de la consumación de los territorios comunitarios en propiedad privada. El alambrado vendría a ser como la “punta del iceberg” de todo este proceso de despojo; sin embargo Ébèlot no lo consideró así, todo lo contrario, porque al fijar la propiedad privada, limitaba tanto el peligro del malón y el “robo” de animales (9), como la movilidad ambulatoria de indígenas y gauchos
matreros; ya por eso, el sistema, era beneficioso.
Detrás de ésta visión que pondera al alambrado como “símbolo de progreso”, está siempre presente la narrativa sarmientina dicotómica de civilización y barbarie, donde -en este caso- el obstáculo para el progreso modernizador no será el alambrado, sino los “barbaros” indígenas y los gauchos que lo retardaban y obstaculizaban (10). Es por ello, que el médico Noel H. Sbarra empieza su prólogo del libro Historia del alambrado en la Argentina con una frase de Sarmiento del año 1878: “Antes del alambrado podía decirse, todo el país es camino” (11) (Sbarra; 1964: 7 y Newton; 1966: 140). En la “biografía” del alambrado que realiza Sbarra, también se lo valora como un ícono del “progreso” rural y como punto de inflexión en la moderna ganadería argentina (12).  Como señalé anteriormente, comienza su libro con una frase de Sarmiento, y lo finaliza con las siguientes líneas: “…el alambrado ha ido dibujando las formas de nuestro progreso rural” (Sbarra; 1964: 109). Si bien con el tiempo triunfó y se fue generalizando -gradualmente- la práctica de cercar las estancias, a mitad de siglo muchos estancieros decimonónicos dudaban de la eficacia del alambrado por sus elevados costos y por sus prejuicios ante la innovación rural; pero Sarmiento no perdía ocasión alguna para persuadirlos de que debían cercar sus campos, como los hacían los agricultores del mundo (Reggini; 1997: 34).
Pero fue el alambre de púas (13) el que dio arraigo definitivo al sistema del alambrado en la zona pampeana-norpatagónica. Sus bravas “rosetas” impondrán respeto a los animales, a los indígenas y a los gauchos matreros; con la púa, “la pampa fue domesticada” (Sbarra; 1964: 104).
Alambre de púas (1875, Dekalb, Illinois)
En el libro Historia de la Sociedad Rural Argentina. En el centenario de su fundación, se realza la figura vanguardista de Richard Black Newton (14) en relación con los quehaceres rurales y se consolida, así, el alambrado como símbolo del “progreso” y de la “civilización” (Newton; 1966: 139). La difusión del sistema de cercados respondió mayormente a los esfuerzos de la iniciativa privada, bajo el estímulo de la Sociedad Rural Argentina (SRA), a través de su tradicional publicación Anales. Pero es necesario recordar, que las distancias entre ésta institución agropecuaria y el Estado eran muy estrechas en pleno siglo XIX (15). 
Desde la historia local, Juan Luzian, realizó una semblanza de su coterráneo chascomusense Richard Black Newton, donde nos advierte que el estímulo alambrador de Newton no sucedió por el lado de la producción bovina, sino -como buen inglés acriollado a la pampa argentina- vino por el lado de la crianza de lanares: “Su clarividencia le dijo, que ese alambrado revolucionaría todo el sistema agropecuario en su nueva patria” (Luzian; 1953: 24). Siguiendo con el análisis de la visión historiográfica que escribe párrafos enteros con loas al alambrado, los autores también destacan que dentro de sus bondades estaba la de ser un sistema más apto y más seguro que las primitivas zanjas o fosos, porque brindaba mayor protección y defensa a las estancias argentinas de las incursiones indígenas y de gauchos matreros.
En Historia económica de la ganadería argentina, el ingeniero agrónomo Horacio Giberti reseña la evolución ganadera en el largo plazo, y cataloga a los estancieros que alambraron (16) sus campos con el mote de progresistas, en clara alusión a éstos sujetos como garantes del progreso rural; destacando también el carácter revolucionario que significó la implantación de los cercados de alambre en el campo argentino (Giberti; 1986: 115 y 155).
Luego de la “Conquista del desierto” no solo se trasladaron gran parte de los ovinos merinos de la zona pampeana a la norpatagónica, sino que con ellos también se afincó allí -más tardíamente- la propiedad privada y, claro está, el sistema de alambrados. La incidencia sureña de los mismos permitió refinar y ordenar las majadas, “…convirtiéndose, pues, este elemento en un importante factor del progreso rural argentino” (Torrejón; 2016). Por otra parte, el sociólogo rural Osvaldo Barsky deja en evidencia el predominio de la ganadería ovina en la segunda mitad del siglo XIX, diciendo: “Los procesos de cambios tecnológicos básicos para la producción ganadera se habían dado en relación directa con la expansión del ganado ovino” (Barsky y Gelman; 2005: 153). A mi entender, éste enfoque utiliza un lenguaje más apropiado para referirse al sistema del alambrado que los autores que lo aclamaban como “símbolo del progreso rural”. Pero como se puede observar, para Barsky el alambrado fue una nueva tecnología ganadera que propició en sus inicios el ovino, más que el bovino; y si bien se distancia de los anteriores autores citados, no tiene en cuenta las problemáticas que trajo aparejado éste sistema en la vida cotidiana de los sectores subalternos rurales.
En cambio, diferentes académicos, mayormente historiadores profesionales y antropólogos, sí tienen presente en sus análisis las consecuencias que causó el sistema del alambrado en los pueblos originarios al afectar su lógica territorial. Ésta visión es la que lo describe como un obstáculo para la concepción territorial comunitaria y modo de vida ancestral. Según ésta perspectiva, aquí el alambrado no se comportaría como “símbolo del progreso” o como una “mejora rural”, sino como un valladar (17) que afectó gravemente el sentimiento de libertad de los pueblos originarios y gauchos. Los autores no ponen el eje analítico en las bondades rurales que propició el desarrollo del alambrado (cambios zootécnicos, genéticos y productivos) sino en la pérdida de libertad y en la alteración de los usos y costumbres de estos sectores subalternos. Aquí la narrativa sarmientina de civilización y barbarie no tiene espacio; o, mejor dicho, solo tiene espacio para la crítica.
El sistema del alambrado significaba una restricción física concreta que les impedía a los sectores subalternos rurales el libre acceso a los recursos para la subsistencia (Delrio; 2005: 86-87). Una estrofa de la ya citada canción, “Alambrado de veranada”, nos grafica este panorama de forma poética:
Le han puesto precio al pastaje,
y cercaron las aguadas;
quise ser algo y soy nada,
ya no es mío ni el paisaje” (18)
Es notable tanto el sentimiento de pérdida material y espiritual, como la nostalgia que anhelaban de su pasado, libre de fronteras de alambre y valladares.
Muchos indígenas y gauchos al perder sus territorios ancestrales y al no poder realizar sus hábitos consuetudinarios, se tuvieron que incorporar -forzosamente- al mercado de trabajo como peones asalariados bajo jornal en estancias, chacras o centros urbanos, en el mejor de los casos; o como trabajadores semiesclavos -deportación mediante- en las plantaciones del norte del país.
En síntesis, para esta visión “obstaculista”, los objetivos principales del sistema del alambrado eran lograr la privatización efectiva de la tierra, establecer relaciones asalariadas de producción y funcionar como un mecanismo de control de los sujetos subalternos. El sistema capitalista empezaba, así, a cerrar su círculo: tierra privada, mano de obra y capital; y el alambrado también: continuará cercando campos, haciendas, recursos naturales y hasta poblaciones enteras.
Integrantes de comunidades originarias patagónicas no lo veían como “símbolo del progreso y la civilización”, como relató la narrativa sarmientina, sino como un elemento ilegítimo e injusto (Delrio; 2005: 216-217); y esta actitud “…responde a los `efectos y marcas´ que otros `alambrados´ (léase despojos) han dejado en la población mapuche…” (Papazian; 2014: 20). Para estos autores (19) , entre 1878 y 1885 se realizaron una serie de campañas militares, que darán como resultado la consolidación de la matriz estado-nación-territorio y el afianzamiento del modelo agroexportador. Con el tendido de alambrados, tanto pobladores originarios como gauchos se vieron constreñidos y encorsetados en su vida andariega, siendo forzados y obligados a cambiar sus prácticas culturales ancestrales y hábitos seculares.
En un reciente e interesante estudio, el historiador Ezequiel Adamovsky, reconstruye la extraordinaria productividad cultural de las clases populares para expresar visiones disidentes y alternativas de la nación. Allí nos dice: “Para empezar, indios y paisanos no formaban dos conjuntos delimitados con claridad; lo que había, en buena parte de la pampa y hacia el sur, era en verdad una sociedad indígena-criolla” (Adamovsky; 2019: 110). Éstos “indios-gauchos” combatieron contra las autoridades, siendo muchos los casos en los que gauchos se tuvieron que refugiar en las tolderías indígenas para escapar de las injusticias estatales. Y para relatar éstos penares y pesares compartidos, es que Adamovsky nos revela los versos del payador criollo Martín Castro 20 , el cual verseaba sobre “…cómo el alambrado vino a oprimir al `hijo libre del llano´”; y continúa diciendo: “Porque el indio solo vive / en la patriótica yerra; / para ser carne de guerra / y sucumbir sin historia, / para guano, para escoria / para abono de la tierra” (21) (Adamovsky; 2019: 121-122). Es visible el tópico opresivo que significó el avance del sistema del alambrado para los sectores subalternos rurales, ya que como emblemas de la tierra pampeana-norpatagónica vieron afectada su libertad de origen.
En fin, según la visión o perspectiva histórica que sigamos, podemos vislumbrar la doble valencia que significó el sistema del alambrado en la Argentina. Si para la visión “ruralista” -centrada en destacar las bondades rurales- el alambrado se comportó como “símbolo del progreso y de la civilización”, con potente espíritu revolucionario y con poder de domesticación; o, simplemente, como una mejora rural y como parte de un proceso de cambio tecnológico; en cambio, para la visión “obstaculista” -centrada en la fiel comprensión de las realidades vitales de los sectores subalternos- significó un valladar, un obstáculo y una pérdida de libertad. La aparente mímesis experiencial entre pueblos originarios y gauchos nos permite problematizar la cuestión de la obstaculización. Si bien cada sector subalterno tiene sus particularidades específicas; para lo que aquí llamo la visión historiográfica “ruralista” tanto indios como gauchos actuaron como factores de la “barbarie” y obstáculos para la “civilización”. En cambio, para la visión “obstaculista” el alambrado no fue símbolo de ningún progreso concreto, sino que fue un obstáculo contante y sonante para otras configuraciones territoriales y prácticas consuetudinarias.
Pero como sostiene metodológicamente el historiador Walter Delrio, “En primer lugar, elegir como punto de partida la periodización de las narrativas de los pobladores y ponerla en relación con aquella de la historia oficial abre la perspectiva no sólo para cotejar distintas valoraciones de un mismo hecho sino para describir acontecimientos que habían sido silenciados en la memoria oficializada de los archivos estatales” (Delrio; 2005: 295).
Ese mismo hecho -en este caso- generó, entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX, la “fiebre por alambrar” en unos y la disfunción en la vida de los “otros”; será, entonces, sólo una cuestión de perspectiva.
Nos han quitado el territorio, les han dado la tierra: Cuando el territorio deviene en tierras
Si para la sociedad indígena el territorio es ancestral y comunitario; para la sociedad estatal y capitalista la tierra/propiedad es “moderna” y privada. Estas dos cosmovisiones distintas y dos formas de configuración territorial y de organización socioeconómica son las que mantuvieron un vínculo conflictivo frente al alambrado.
El proceso de formación, organización y consolidación del Estado nacional y del sistema capitalista en la Argentina, desarticuló la totalidad espacial (22) de diferentes comunidades y culturas ancestrales que habitaban libremente la pampa y la Patagonia septentrional. Por lo tanto, el Estado-Nación (23) desestructuró la estrategia de articulación e integración regional indígena; en pos de construir una única identidad nacional, destruyó una multiplicidad de identidades originarias. Una frase aclara el panorama: “Las tendencias universalizantes y particularizantes de la matriz estado-nación-territorio se expresan en un espacio englobante, enmarcado por el Estado nacional, y otro englobado, el de la comunidad” (Delrio; 2005: 39). De la vinculación entre ambos espacios es que surgieron nuevas relaciones sociales de explotación y nuevas imposiciones territoriales. Pero para los pueblos originarios “el territorio no es la tierra” (24); es mucho más que eso. Si el sistema capitalista entiende a la tierra como un factor productivo, un medio o un bien de producción; para las comunidades ancestrales, el territorio es el espacio vital para consumar su reproducción material, cultural y cosmovisional. El historiador Alexis Papazian es uno de los autores que más contribuye en comprender las cruciales diferencias entre territorio y tierra, al sostener que “…transformar un territorio en propiedad privada excede en mucho al evento escriturario que lo legaliza, sin embargo lo necesita”; y agrega, “el acto de escriturar es una de las formas de alambrar y de esta forma se crea `tierra´ en tanto propiedad y propiedad en tanto bien de producción” (Papazian; 2014: 2). En síntesis, el territorio comunitario deviene -compulsivamente- en tierra/propiedad privada mediante la confluencia de mensuras y alambrados. Ésta transmutación territorial es el reflejo de la expansión de la lógica estatal-capitalista en detrimento de la lógica ancestral-comunitaria.
El proceso estatal de (des)territorialización encontró en el sistema del alambrado un fiel aliado; y así, “…la transformación de un territorio en tierra (bien finito) a partir de la conformación de la propiedad privada materializada en el alambrado” hizo pie en la región pampeana-norpatagónica (Papazian y González Palomino; 2016: 208). Si bien el sistema del alambrado generó un aumento cuantitativo y mejoras cualitativas en la producción agropecuaria, conllevando a una mayor valorización de las tierras; también, delimitó, fijó y materializó la “sacrosanta” propiedad privada capitalista. Para ser más claro, la “…oposición semántica en el concepto de territorio, entre el sentido mapuche -asociado a lo histórico, ancestral y cosmovisional- y el significado catastral del derecho civil, que estipula un territorio -limitado, legal- para cada comunidad” es evidente (Delrio, Lenton y Papazian; 2010: 20). Por lo tanto, el poblador originario no tiene presente el concepto quiritario de la propiedad individual (Mases; 2014: 63); y, por esta diferenciación en la configuración territorial y socioeconómica, lo que para la sociedad indígena eran prácticas culturales ancestrales, para las instituciones estatales será “delito”.
Para los pueblos originarios de pampa y norpatagonia, el territorio comunitario era considerado el espacio vital que garantizaba su reproducción y subsistencia. Era un territorio sagrado con connotaciones rituales, en el cual descansaban sus ancestros y le rendían culto; era también un lugar de apego y afecto, ya que al vivir y transitar el territorio se generaban relaciones sociales con otros indígenas, con no-indígenas y con el mismo paisaje. Hasta podemos decir, que las relaciones de parentesco estaban allí contenidas. La antropóloga Ana Ramos nos aclara que “la tierra, entendida como vínculo, crea entonces los lazos que los unen a los ancestros y, en última instancia, a la memoria común” (Ramos; 2010: 118-119). La autora con ello refleja el aspecto relacional existente entre territorio, culto ancestral y memoria común para las sociedades indígenas. Relación vincular que el Estado nacional (des)estructuró en pos de configurar una nueva matriz territorial, al transfigurar el territorio comunitario, en tierras privadas. Aquí, entonces, entendemos al alambrado como un sistema que propició la expropiación y la territorialización impuesta por el Estado.
Los alambrados afectaron así la idea de comunidad tribal y alteraron la vida cotidiana y las prácticas culturales ancestrales (25) al dificultar -con sus hilos y sus púas- el libre acceso a los recursos, las “guanaqueadas”, las boleadas de avestruces (ñandúes), la caza de zorros y las tradicionales vaquerías y circuitos ganaderos transcordilleranos de antaño (26). Al quitarle a los pueblos originarios los territorios y las posibilidades de subsistencia, le sería más fácil a la nueva economía-política capitalista (siguiendo los conceptos de Delrio) proletarizar a los integrantes de la sociedad indígena.
Una de las diferencias cruciales entre ambas configuraciones territoriales es que la sociedad indígena basa sus derechos en una relación estrecha y de largo aliento con el territorio; en cambio, la sociedad estatal prioriza los papeles firmados de base contractual que legalizan la propiedad individual sobre la tierra. Entonces, el mismo espacio concreto podía ser considerado territorio ancestral por los pueblos originarios, y tierras fiscales por el Estado. La operación fue sencilla pero violenta: se convertían los territorios comunitarios expropiados en tierras fiscales; tierras que se otorgaban a particulares y que, posteriormente, se terminan privatizando (27).
El sistema del alambrado (28) fue -y sigue siendo- uno de los mecanismos por el cual los propietarios privados materializan el control territorial de sus propiedades; por lo tanto, si el inicio del alambrado respondió a la mera creación humana, es por ello, que su fin también.
Sólo será cuestión de tener otra actitud frente al sistema y comprender, así, el funcionamiento del alambrado en toda su complejidad.
Los condenados de la tierra alambrada: Cuando al capitalismo se lo combate con la tenaza
Al analizar las diversas estrategias de resistencia de los sujetos subalternos rurales frente al sistema del alambrado, pondré el eje analítico en el vínculo conflictivo desatado entre la sociedad indígena y la sociedad estatal, en detrimento de las relaciones diplomáticas existentes entre diferentes parcialidades y el Estado. Hacer énfasis en el conflicto, nos permitirá vislumbrar las relaciones de poder entre ambas configuraciones territoriales y socioeconómicas. Para ello, tendré presente dos conceptos teóricos: resistencia indígena (de Jong; 2018) y proceso de intrusión estatal (Ratto; 2007), que nos permitirán no sólo catalogar al alambrado como un dispositivo de poder territorial, sino comprender el funcionamiento del sistema capitalista en el agro pampeano-norpatagónico de mitad del siglo XIX a mediados del siglo XX.
El sistema del alambrado era visto por los pueblos originarios y gauchos como un obstáculo que les quitaba la libertad de circulación y alteraba sus usos y costumbres ancestrales y tradicionales, respectivamente. Ésta pérdida de libertad que significó el alambrado para los sectores subalternos es visible en el trabajo de Adamovsky: “El progreso de la racionalidad económica capitalista se imaginaba habitualmente como una fuerza que le quitaba al gaucho su libertad…” (Adamovsky; 2019: 73). Por lo tanto, los cambios territoriales y económicos estaban acorralándolos, al alterar y empeorar sus condiciones y estilos de vida. Es por ello, que se enfrentaron al sistema del alambrado, garante de la propiedad privada en el ámbito rural.
El uso de los conceptos, resistencia indígena y proceso de intrusión estatal, permiten adentrarnos analíticamente en las estrategias desplegadas por los sectores subalternos (29) frente al alambrado. Se entiende por resistencia indígena, las diversas estrategias que los pueblos originarios idearon e implementaron contra la dominación estatal-capitalista. Si bien aquí tendremos presente la resistencia específica al sistema del alambrado, debemos comprender que ésta es englobada en una resistencia mayor frente a las prácticas de sometimiento estatal y ocupación territorial. En concordancia con la antropóloga Ingrid de Jong, “consideramos que la resistencia es una dimensión de la acción indígena que requiere ser reconstruida” con la intención de recuperar la dimensión histórica de los pueblos originarios (de Jong; 2018: 230). Pero la reconstrucción de la agencia indígena “…se resuelve comprendiendo la acción, porque los de abajo (…) hablan con sus actos y explican sus parcas palabras por sus hechos y sus obras, no a la inversa…”. Entonces, es por ello, que debemos centrar la mirada en sus acciones concretas (Gilly; 1982: 219) (30).
En la resistencia al sistema del alambrado veremos acciones colectivas (comunitarias para el caso de los pueblos originarios) e individuales; acciones directas e indirectas; acciones estructurales y cotidianas; acciones violentas y medios de lucha no violenta, pero el análisis en común de todas éstas diversas modalidades de resistencia nos permitirán relevar las relaciones de poder existentes entre la sociedad indígena y la sociedad estatal (31).
Por las relaciones sociales de dominación y subordinación que los sujetos subalternos experimentaron a lo largo de su vida, es que devienen en potenciales cuestionadores del sistema impuesto por la hegemonía de la matriz estado-nación-territorio (Delrio; 2005: 25). Y así, el sistema del alambrado no será “símbolo de progreso”, sino todo lo contrario; significó, entonces, un daño cultural. Es aquí donde nos servimos del concepto de proceso de intrusión estatal, al considerar al alambrado como un dispositivo de control de los sujetos y como un mecanismo de disciplinamiento territorial in situ. Entender al proceso alambrador como un proceso de intrusión por parte del sistema capitalista en pos de desestructurar la lógica comunitaria de los pueblos originarios, nos permite comprender el vínculo entre ambas sociedades en conflicto. Siguiendo este concepto, el alambrado consistió en una restricción física concreta para los sectores subalternos rurales, al alterar y modificar sus modos de vida y formas de organización socioeconómica (32). Pero a pesar de ello, “los grupos indígenas aparecen como agentes activos de ese proceso diseñando sus propias estrategias para resistir, confrontar y/o incorporarse de la mejor manera posible en las nuevas estructuras estatales que comienzan a gestarse a fines del siglo XIX” (Ratto; 2007: 6).
Anteriormente las estrategias de resistencia de los pueblos originarios al sistema de zanjeadas, actuó como ensayo de las acciones posteriores contra el alambrado. Los indígenas desarrollaron rápidamente tácticas para eludir el obstáculo que significaban las zanjas y los fosos. Pero las estrategias de resistencia no sólo se agotaban en los bordes de las zanjas sino, por transmitir sus incursiones, “los indios, al comienzo, no dejaron de derribar los postes y de cortar los hilos” del telégrafo (Ébèlot; 1968: 108). Por la difusión espacial del sistema del alambrado por toda la extensa región pampeana-norpatagónica, es que éstas prácticas de resistencia puntuales se profundizaron. Cuando comenzó a incrementarse el tendido de alambrados en el último cuarto del siglo XIX (precisamente después de 1878 con el uso del alambre de púas) muchos estancieros cometieron abusos al cerrar indebidamente las propiedades; en consecuencia, el gaucho “…no ha de respetar que le cierren el camino, usando como adminículo indispensable el corta-alambre colgado del tirador” (Sbarra; 1964: 45).
A fines del siglo XIX y principios del XX, era tal la fiebre por alambrar por parte de los propietarios (33) que cerraban y estrechaban los caminos para incorporarlos a sus campos, alambraban sin derechos ni mensura, realizaban corrimientos (34) y avances desproporcionados de alambrados, no dejaban tranqueras y -en el mejor de los casos- dejaban tranqueras, pero de “llave muerta”. Estos excesos y abusos por parte de los propietarios, eran vividos como actos de injusticia por los sectores subalternos, los cuales no vacilaron “en aflojar y `manear´ los tres primeros hilos de alambre -con una `canilla de vaca´, que siempre se encuentra a mano-, haciendo saltar luego al caballo, ya baquiano, o en `hacharlos´ definitivamente con el gavilán del cuchillo” (Sbarra; 1964: 96). Tanto indígenas como gauchos advirtieron que los alambrados actuaban como las rejas de la pampa, pero para poder sortear ese “presidio rural” es que desarrollaron diferentes prácticas de resistencia a tamaño obstáculo. Tal es así, que abrieron y voltearon alambrados, cortaron e hicieron “saltar” alambres, hacharon postes principales, pecharon y ataron los primeros hilos a la cincha de un caballo, desalambraron, y se opusieron a los “corrimientos” que aumentaban el espacio de la propiedad privada.
El gaucho -emblema antiestatista y anticapitalista- también fue víctima del avance del Estado, del capitalismo, de la propiedad privada y del sistema del alambrado; ya que “…nada necesitaba el gaucho hasta que la ley trajo `marca pal´ ganado / y escritura pa la tierra´ (…) El futuro promisorio llegará cuando `quede la tierra libre / sin tranquera ni alambrao´” (Adamovsky; 2019: 119) (35). En suma, el gaucho lidió contra todo este sistema porque amaba la anchura pampeana y, al principio, se negó a alambrar por ser una tarea de a pie (Juárez; 2001 y Slatta; 1985: 54). Por otra parte, Walter Delrio nos aclara que existen evidencias en las cuales indígenas, al perder sus territorios, se tuvieron que conchabar como cadeneros (36) en las comisiones de mensura de tierras y, paradójicamente, hubo casos en los que se vieron obligados a emplearse en la construcción de alambrados (Delrio; 2005: 140 y 165).
Ahora bien, las prácticas de resistencia iban más allá que cortar alambres y voltear alambrados. La gran mayoría de los pueblos originarios de pampa y Patagonia septentrional tuvieron que huir y abandonar sus territorios ancestrales: expropiados, privatizados y alambrados. Pero a través de reclamos y luchas efectivas algunos hasta se animaron a recuperar de hecho sus territorios; tenaza en mano. Como bien sostiene Ana Ramos para las comunidades mapuche-tehuelche, “El retorno a la tierra es experimentado, por un lado, como un `desalambramiento´ de tierras usurpadas…” (Ramos; 2010: 112). No bastaba sólo con cortar alambres, sino era necesario también recuperar los territorios (37) y reorganizarse comunitariamente; y es, por ese motivo, que la forma práctica de resistencia al alambrado adquiere caracteres de una resistencia cultural. Es por ello, que las acciones concretas de los sectores subalternos rurales para resistir el avance de los mismos era “…con facilidad traducible en un cuestionamiento más general a la propiedad privada” (Adamovsky; 2019: 89). La resignificación de la resistencia indígena es tal, que las acciones frente al alambrado actuaban como parte integrante de una resistencia mayor contra la lógica de funcionamiento impuesta desde el Estado-nación y el sistema capitalista.
Por lo tanto, eran dos configuraciones territoriales, dos lógicas socioeconómicas y dos modos de vida distintos que se oponían; uno: “moderno”, estatal y capitalista; el “otro”: ancestral, autóctono y comunitario. En definitiva, ya sabemos cual “triunfó”.
Reflexiones finales
El alambrado no es simbólico, es real
Walter H. Barraza (38)
A lo largo de este trabajo analicé la configuración espacial que fue adquiriendo, con los años, el sistema del alambrado en la Argentina. Para ello, desarrollé tres ejes analíticos que problematizaron la temática. Los ochenta y cinco años que van, precisamente, desde 1845 a 1930, me sirvieron de marco temporal para poder reconstruir las diferentes estrategias de resistencia que desarrollaron los sectores subalternos rurales frente al alambrado. Pero el proceso alambrador no fue homogéneo ni sincrónico en el espacio y en el tiempo, ya que existieron enormes variaciones con el tendido de alambres entre pampa y norpatagonia; lo que para unos fue una realidad en 1845, o en 1880, para otros llegó varias décadas más tarde, cerca de 1920-1930.
En Argentina el alambrado tuvo un largo proceso gestatorio: nació para defender las plantaciones de las grandes estancias de la voracidad ovina y bovina. Luego su función devino en delimitar y materializar la propiedad privada, actuando -por ese motivo- como un obstáculo para los pueblos originarios y gauchos. Las costas del río Samborombón lo vieron nacer en la estancia de Richard Black Newton pero, con el correr del tiempo, empezó a extenderse por todo el país.
El sometimiento y la incorporación forzosa de los pueblos originarios al Estado-nación marcaron la compleja dinámica de relaciones entre la sociedad indígena y la sociedad
estatal. Por las prácticas sociales implementadas desde el Estado argentino, nótese que los “…primeros tiempos encuentran a los pueblos indígenas libres y soberanos; y al final, sometidos, incorporados e invisibilizados” (Nagy; 2011: 4). Es evidente, que si bien los procesos expropiatorios venían dándose ininterrumpidamente desde mediados del siglo XIX, el despojo territorial encontró su clímax entre los años 1878 y 1885.
El avance del sistema del alambrado por la zona pampeana-norpatagónica fue fijando las últimas fronteras internas y materializó la privatización de las tierras entre mediados del siglo XIX y mitad del siglo XX. De esta forma estoy en condiciones de afirmar, que el alambrado posibilitó -entre otras funciones- la penetración y consolidación del capitalismo “moderno” en el ámbito rural, y le dio -de algún modo- forma privada al otrora territorio comunitario. En fin, el alambrado configuró y reafirmó el modelo de explotación agropecuaria en la Argentina; es por ello, que entender su funcionamiento y resistencias es vital para comprender, fielmente, la evolución sociohistórica del capitalismo agrario. Como sostiene Walter Delrio en su investigación sobre la comunidad indígena de Colonia Cushamen en Chubut, “las relaciones capitalistas colocaron a los pueblos originarios en una nueva subordinación estructural” (Delrio; 2005: 43). Frente a esa desprotección jurídica ante el avance del capitalismo, de la propiedad privada y de los alambrados, los pueblos originarios y gauchos desarrollaron, en su defensa, diversas estrategias de resistencia. Pero si el específico proceso alambrador formaba parte del más amplio proceso de expropiación del territorio; por lo tanto, su resistencia concreta por parte de los sectores subalternos significaba, también, la oposición al sistema dominante.
A la hora de hacer un balance final, es menester resaltar, que no es cuestión ni interés en ésta investigación realizada idealizar el modo de vida ancestral-comunitario, sino (de)construirlo para comprender mejor las relaciones sociales de poder que lo sometieron.
Por tal motivo, este trabajo no es un “manifiesto desalambrador”, sino lo que quise demostrar fue el carácter opresivo del sistema para con los sectores subalternos rurales de pampa y de norpatagonia.
Teniendo presente que el 54% de los argentinos tenemos antepasados aborígenes (Bayer; 2010) y que “privados de sus tierras, los indígenas fueron privados de su Historia” (Mandrini; 2008), lo que aquí se ha intentado hacer es pensar a los sujetos indígenas como sujetos históricos o, por lo menos, rescatar la historicidad de los pueblos nativos. La vigencia del sistema del alambrado es explicada, en parte, porque “los procesos de expropiación, sin embargo, no se han detenido” (Delrio; 2005: 296); y es por éste carácter presente de la problemática, que es necesario aprehender el pasado histórico de los pueblos originarios para prognosticar (39) -de algún modo- sus posibles futuros.-
Citas y notas
1. Versos finales de la canción “Alambrado de veranada”, escrita por el poeta patagónico y descendiente de mapuches, Marcelo Berbel (1925-2003). Ésta canción también fue interpretada por Jorge Cafrune, aunque llamándose “Los Alambrados”; álbum Siempre se vuelve, 1975. Cabe aclarar que Cafrune empieza la letra diciendo la particular frase: “Queja de los indios patagónicos…”.
2. El año 1930 también marca la declinación del proyecto modernizador en la Argentina, al conjugarse el colapso de la primera experiencia democrática con la crisis del modelo agroexportador. Véase; Adamovsky, Ezequiel. El gaucho indómito. De Martín Fierro a Perón, el emblema imposible de una nación desgarrada. 1ª. ed. Ciudad Autónoma de Buenos Aires: Siglo XXI, 2019, p.126.
3. Quiroga, Horacio. “El alambre de púa”. En: Cuentos. Caracas: Biblioteca Ayacucho, 1981, p. 84.
4. Bonfil Batalla, Guillermo. “Historias que no son todavía Historia”. En: Historia, ¿para qué? 4ª ed. México: Siglo XXI, 1982, p. 229. 
5. La evolución del proceso alambrador no fue homogénea en el tiempo ni en el espacio en nuestro país. En 1845 Richard Black Newton (1801-1868) introdujo el alambrado en Argentina, importándolo desde su Inglaterra natal. Newton fue el primero en cercar -rústicamente- una parte muy menor de su estancia “Santa María” en la zona de Chascomús. Pero recién un decenio después, en 1855, el cónsul del Rey de Prusia en Buenos Aires, Francisco Halbach (1801-1870) alambró, en todo su perímetro con cuatro hilos de alambre, la estancia de su propiedad, “Los Remedios” ubicada en el pago de Cañuelas. Sin embargo, “…el notorio acrecentamiento del alambrado se inicia en 1875 y se extiende, podemos decir, hasta el año jubiloso del Centenario”. Vale aclarar, que desde el año 1878 en adelante, se comienza a utilizar como complemento del alambre liso, el alambre de púas, al importarlo desde los Estados Unidos. Sbarra, Noel H. “La pampa se alambra” En: Historia del alambrado en la Argentina. 2ª ed. Buenos Aires: Eudeba, 1964, p. 92.
En la zona norpatagónica el proceso alambrador es más tardío y consecuencia directa de la mal llamada “Conquista del desierto” del último cuarto del siglo XIX. En fin, para el siglo XX gran parte del espacio productivo del país estaba ya alambrado con nombre y apellido. Torrejón, Antonio. “El alambrado en el campo argentino". El Diario de Madryn, 14 de marzo de 2016. En línea:
6. Otros “íconos civilizatorios” que exaltan los autores que siguen ésta visión sin percatar -intencionalmente- los cambios negativos o alteraciones vitales que sufrieron por ellos los sectores subalternos rurales, son: el ferrocarril, el telégrafo y el molino de viento.
7. Una frase nos aclara el panorama sobre el rol del Estado decimonónico en perspectiva latinoamericana: “La acción estatal no sólo ha sido coherente sino que incluso ha profundizado las características principales del proceso de penetración del capitalismo en el agro”. Astori, Danilo. Controversias sobre el agro latinoamericano: Un análisis crítico. 1ª. ed. Buenos Aires: CLACSO, 1984, p. 163.
8. Alfredo Ébèlot (1839-1920) fue un ingeniero civil francés que llegó a Buenos Aires en 1870. En el año 1875, el Dr. Adolfo Alsina -ministro de Guerra y Marina- lo convocó a participar en la campaña de conquista militar del “desierto” con el grado de sargento mayor e ingeniero militar. Ébèlot fue uno de los que ideó y materializó con sus cálculos, lo que se conoce como la “Zanja de Alsina” de 1876.
9. Para comprender la construcción de estereotipos y la persistencia de la imagen delictiva que tenían las autoridades estatales sobre los pueblos originarios y sus prácticas culturales ancestrales; recomiendo el interesante trabajo de Mases, Enrique. “A veces bárbaro, a veces civilizado, siempre vago y ladrón”. En: Lanata, José Luis (comp.) Prácticas genocidas y violencia estatal en perspectiva transdisciplinar. 1ª. ed. San Carlos de Bariloche: IIDyPCa-CONICET, 2014, pp. 52-64.
10. La literata y ensayista Marisa Moyano nos revela la aceitada relación existente entre el discurso“civilizador” de las élites liberales decimonónicas con los procesos de territorialización estatales.Domingo Faustino Sarmiento perteneció a lo que se conoce como la “Generación del ´37”; que junto con la pléyade letrada de la “Generación del ´80”, fueron los encargados de darle forma a la “Nación literaria”. Undato particular es que en el período en que Richard Black Newton introduce el alambrado en el país -circa de 1845- Sarmiento, exiliado en Chile, publica su famosa obra Facundo: o civilización y barbarie en las pampas argentinas. Percatemos la sincronía de aparición entre el Facundo y el sistema del alambrado; entre las ideas y la práctica. Moyano, Marisa. “Literatura, Estado y Nación en el siglo XIX argentino: el poder instituyente del discurso y la configuración de los mitos fundacionales de la identidad”. Amérique Latine Histoire et Mémoire. Les Cahiers ALHIM. 15, 2008, Publicado el 25 de junio de 2009. En línea: https://journals.openedition.org/alhim/2892. También, véase; Reggini, Horacio C. Sarmiento y las telecomunicaciones. La obsesión del hilo. 1ª. ed. Buenos Aires: Ediciones Galápago, 1997.
11. Tengamos presente que los caminos de la campaña seguían, en su mayoría, el curso de las rastrilladas indígenas. Barba, Enrique M. Rastrilladas, huellas y caminos. 3ª. ed. Buenos Aires: Letemendía, 2010.
12. Dentro de las bondades rurales del alambrado podemos decir que permitió roturar y parcelar en potreros las grandes estancias, facilitó la cruza y el refinamiento de haciendas criollas (ovinos, bovinos y equinos) por medio de reproductores seleccionados, propició el mejoramiento de la calidad de las pasturas y el cultivo de los campos. Para la producción ovina; véase: Sábato, Hilda. Capitalismo y ganadería en Buenos Aires: la fiebre del lanar, 1850-1890. Buenos Aires: Sudamericana, 1989. Para la producción bovina: Sesto, Carmen. “El modelo de innovación tecnológica: el caso del refinamiento del vacuno en la provincia de Buenos Aires (1856-1900)”. Mundo Agrario, vol. 4, nº 7, 2003.
13. Una interpretación renovada y original (como también polémica) sobre ésta tecnología simple pero altamente significativa, es la que realizó el historiador israelí Reviel Netz, donde relaciona el surgimiento del alambre de espino -extendido para controlar a gran escala el movimiento y el espacio- con la llegada de la modernidad; “El alambre de púas nos permite ver una ecuación ecológica más fundamental, cuyos protagonistas principales son la carne y el hierro”. Netz, Reviel. Alambre de púas. Una ecología de la modernidad. 1ª ed. Buenos Aires: Eudeba, 2013, p. 14.
14. El introductor del alambrado fue miembro fundador y primer vicepresidente de la SRA desde 1866 hasta 1868, año en que encontró la muerte azotado por la epidemia de cólera. Para más datos concretos; Newton, Jorge. Diccionario biográfico del campo argentino. Buenos Aires: Artes Gráficas Bartolomé U. Chiesino, 1972, p. 301.
15. La historiadora Marta Valencia analiza la estructura interna de la corporación agropecuaria entre los años 1866 y 1878, destacando que muchos de los asociados de la SRA -en su carácter de funcionarios nacionales y provinciales- decidían sobre el quehacer gubernamental. La autora considera que la “vanguardia ganadera” actuaba como un grupo de presión, defendiendo en el Estado, sus intereses particulares. Un caso concreto, por ejemplo, fue el de Francisco Bernabé Madero que había sido miembro fundador en 1866 y vicepresidente de la SRA entre 1877 y 1879; como también, vicepresidente de la Nación durante la primera presidencia de Julio Argentino Roca (1880-1886). El de Madero es sólo uno de los tantos casos en el que miembros de la institución agropecuaria llegaron a altos cargos políticos del país. Valencia, Marta E. “La Sociedad Rural Argentina: Masa societaria, composición e intereses”. Estudios de Historia Rural II. La Plata: Centro de Estudios Históricos-Rurales, FaHCE-UNLP, Serie Estudios e Investigaciones, nº 11, 1992, pp. 9-35.
16. Tengamos presente que en los cuatro años que van desde 1877 a 1881, la importación de alambre sumó 55.645 toneladas, cantidad suficiente para alambrar casi 61.000 kilómetros. A inicios del siglo XX la cantidad importada de alambre liso y de púas siguió incrementándose. Éste dato cuantitativo se encuentra en: Giberti, Horacio. Historia económica de la ganadería argentina. Buenos Aires: Hyspamérica, 1986, p. 155 y 186.
17. Obstáculo que impide el paso.
18. Berbel, Marcelo, op. cit.
19. Me refiero al grupo de historiadores y antropólogos nucleados en la “Red de Investigadores en Genocidio y Política Indígena” (Walter Delrio, Alexis Papazian, Diana Lenton, entre otros) que si bien analizan en sus trabajos diferentes comunidades ancestrales, conceptualizan como un genocidio lo efectuado por el Estado en materia de pueblos originarios. La riqueza analítica de esta red interdisciplinaria no solo viene por el lado teórico, sino también por el aporte metodológico, ya que articulan históricamente las memorias orales de los sujetos con las fuentes documentales de los archivos hegemónicos. Para comprender mejor la aplicabilidad de éste concepto analítico; véase, Bayer, Osvaldo (comp.) Historia de la crueldad argentina: Julio A. Roca y el genocidio de los Pueblos Originarios. Buenos Aires: El Tugurio, 2010. También; Lanata, José Luis (comp.) op. cit.
20. Martín Castro (1882-1971) payador criollista -y simpatizante del pensamiento anarquista- que durante la década del 30 del siglo XX relataba en sus versos una contrahistoria contada desde la perspectiva indigenista. Adamovsky, Ezequiel, op. cit., pp. 115-132.
21. Los versos citados pertenecen a la obra Los gringos del país, de Martín Castro. La voz narradora es la del personaje principal, un gaucho llamado “Matrero”; ídem.
22. En un interesante estudio etnográfico sobre las sociedades indígenas y lideratos políticos de la frontera meridional de Chile y Argentina durante el siglo XIX, la antropóloga Martha Bechis, analizó la unicidad cultural y social del área arauco-pampeana-norpatagónica. Y si bien en ésta extensa región territorial convivieron variadas culturas originarias (pampas o tehuelches septentrionales, chonecas o tehuelches meridionales, araucanos/reches o mapuches) en diversas zonas ecológicas, entendemos al área etnocultural de pampa y norpatagonia como una totalidad indivisible. Bechis, Martha. “Los lideratos políticos en el área araucano-pampeana en el siglo XIX: ¿poder o autoridad? Etnohistoria, Número especial de la revista NAyA, Facultad de Filosofía y Letras, 1998. En línea: https://etnohistoria.equiponaya.com.ar/htm/23_articulo.htm
23. Si entendemos Estado como “instrumento de acción colectiva” y Nación como “sentimiento de pertenencia colectiva”, podremos percatar que ésta acción (des)estructurante del Estado-Nación argentino sobre los
pueblos originarios no significó una excepcionalidad; otros, como el chileno -por citar un caso- han tenido similares comportamientos frente a las comunidades y pueblos preexistentes.
24. Extracto de la entrevista radial a Alexis Papazian sobre la cuestión territorial del pueblo mapuche, en el contexto de persecución a los pueblos originarios. “La Lupa”, Radio Zónica, 30 de agosto de 2017. En línea:
25. Siguiendo la reseña que escribió Mariano Nagy sobre la adaptación que Claudia Salomón Tarquini realizó de su propia tesis doctoral; nos advierte que la autora, “da cuenta de cómo más alambrados, rutas e instituciones represivas que pudieron dar cumplimiento a la prohibición de caza pusieron fin al acceso irrestricto a los recursos y, de este modo, impidieron la reproducción familiar e incentivaron la emigración”. Nótese como aparecen tanto los alambrados como las instituciones represivas en un mismo plano explicativo. Nagy, Mariano [Reseña] Claudia Salomón Tarquini. Largas noches en La Pampa. Itinerarios y resistencias de la población indígena (1878-1976) Buenos Aires: Prometeo, 2010. En: Quinto Sol, vol. 15, nº 1, 2011, p. 4. En línea:
26. Las vaquerías eran incursiones de los indígenas y de los criollos en los campos para cazar el ganado cimarrón y orejano que pastaba libremente. Véase; Giberti, Horacio, op. cit., p. 29.
27. La Historia nos enseña que siempre hubo excepciones. Algunos pocos pobladores originarios si accedieron a la propiedad de la tierra, sea en su calidad de veteranos expedicionarios al “desierto” -es decir como soldados, no como indígenas-; o en el caso de Sayhueque y Nanumcurá, por ser líderes reconocidos. Pero a la gran mayoría de la sociedad indígena le fue expropiado su territorio ancestral, y otros solo tuvieron que conformarse con la “tenencia precaria”. Delrio, Walter. “El sometimiento de los pueblos originarios y los debates historiográficos en torno a la guerra, el genocidio y las políticas de estado”. Aletheia, vol. 5, nº 10, 2015, p. 13. En línea:
28. Permitía tanto la división territorial al fijar y delimitar la propiedad privada, como la división productiva ya que, en un mismo campo, pacían animales y prosperaban cultivos, alambrado de por medio. Giberti, Horacio, op. cit.
29. Es necesario aclarar que la organización del Estado nacional argentino y la construcción de “otredades” internas fueron procesos concatenados. Tanto indígenas como gauchos, en tanto sujetos subalternos, tuvieron sus propias estrategias de resistencia frente al sistema del alambrado. La comunicadora social y militante mapuche, Lorena Cañuqueo, tiene presente en su interesante investigación sobre las comunidades indígenas de Río Negro, el concepto de aboriginalidad (Beckett, 1988). Se refiere al “proceso de creación de la matriz estado-nación, en el cual el indígena es construido como un `otro interno´ dentro de los márgenes de esa configuración. Su particularidad respecto a otros mecanismos de creación de alteridades basadas en rasgos etnicizantes y racializados, es que se parte de que esas `otredades´ son autóctonas”. Véase; Cañuqueo, Lorena. “`Tramitando´ comunidad indígena en Río Negro. Diálogos entre activismo, políticas de reconocimiento y co-gestión”. Identidades, nº 8, año 5, junio 2015, p. 69, nota 9. En línea:
30. En términos teórico-metodológicos, ésta perspectiva no se agota sólo en los sujetos subalternos rurales, sino que también puede ser utilizada al analizar las acciones concretas de los sujetos subalternos urbanos; salvaguardando las especificidades de cada caso. Gilly, Adolfo. “La historia como crítica o como discurso del poder”. En: Historia, ¿para qué?, op. cit., pp. 195-225.
31. Si bien en este trabajo analizo la relación conflictiva entre los pueblos originarios y la sociedad estatal; para el caso de la sociedad colonial, recomiendo; Aguirre, Susana E. “El poder colonial y las prácticas de disidencia indígena en el Buenos Aires tardocolonial”. Simposio Internacional Resistance, “Resistencias, violencia y política en el mundo urbano”. Santander, 2018.
32. La historiadora Silvia Ratto reúne cuatro estudios sobre el impacto del poder estatal en distintos grupos nativos del área pampeano-patagónica, y las estrategias puestas en juego por los mismos para resistirlo. En éste dossier reflota los conceptos de “zona tribal” y “proceso de intrusión estatal” (Ferguson y Whitehead,1992). Ratto, Silvia. “Resistencia y adaptación entre los grupos indígenas de pampa y patagonia (siglos XVII y XIX)”. Mundo Agrario, vol. 8, nº 15, 2007, p. 3. En línea:
33. La clase propietaria funcionaba en la práctica como una red de poder. La “narrativa de la expropiación” identifica tanto agentes locales -comerciantes o estancieros- como a funcionarios y autoridades judiciales, policiales y administrativas de los territorios nacionales y del gobierno central. Por eso, la matriz de expropiación y despojo está tan presente en la memoria colectiva de las comunidades indígenas, al existir la referencia a un “período en el cual el avance de los alambrados por parte de estancieros, bolicheros o comerciantes no indígenas arrebató las tierras ocupadas por los abuelos, o los primeros pobladores de la comunidad”. Delrio, Walter. Memorias de expropiación: sometimiento e incorporación indígena en la Patagonia: 1872-1943. 1ª ed. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2005, p. 215.
34. “Este `corrimiento de alambrados´ lejos de ser una excepción, son parte de las dinámicas regionales a las que se vieron expuestas familias de crianceros (indígenas o no) que ante el avance de las privatizaciones (legales o de facto) del territorio…” Véase; Papazian, Alexis. “La Estancia Pulmarí, entre corrimientos de alambrados, agencia indígena y accionar estatal”. XI Congreso Argentino de Antropología Social, Rosario, 2014, p. 2. También; Delrio, Walter, op. cit., p. 206.
35. En el marco del Congreso Virtual “Améfrica Ladina. Vinculando mundos y saberes, tejiendo esperanzas” de la Latin American Studies Association, le realicé una pregunta muy concreta al Dr. Ezequiel Adamovsky: ¿Qué estrategias de resistencia desarrollaron los gauchos para con el sistema del alambrado? Su respuesta fue: “Muchas y muy variadas, pero la nostalgia actúa, también, como una forma de resistencia del bajo pueblo rural”. LASA, 13 de mayo de 2020. Lo que demuestra el anhelo de los gauchos por volver a la vida anterior de libertad; sin alambrados, ni opresiones.
36. Personas que, en operaciones topográficas, median el espacio territorial con cadenas.
37. Cabe aclarar que “El nuevo espacio de relaciones sociales permitía reducidas posibilidades de negociación para la agencia de los pueblos originarios en cuanto al acceso a la tierra”. Delrio, Walter, op. cit., p. 128.
38. Walter Hugo Barraza es representante del Pueblo Tonocoté de Santiago del Estero. Ante su disertación, le realicé una pregunta: ¿Qué significado tiene el alambrado para el Pueblo Tonocoté, en términos simbólicos? La frase citada fue su contundente respuesta. La firmeza de sus argumentos es visible ante la cruda realidad reflejada, entendiendo al sistema del alambrado como una realidad concreta, como una traba y como un obstáculo, para el cual la única salida posible, es fortalecer los lazos y vínculos comunitarios. Cabe aclarar que si bien Santiago del Estero no pertenece al espacio pampeano-norpatagónico aquí analizado, la frase de Barraza, nos demuestra la amplitud de la problemática. Testimonio oral, Facultad de Humanidades y Ciencias de la Educación, Universidad Nacional de La Plata, 18 de junio de 2018.
39. Sobre la “función prognóstica” [sic] de los historiadores, sus desafíos y limitaciones; véase, Hobsbawm, Eric. “Introducción: El Tarot del historiador”. En: Entrevista sobre el Siglo XXI. 2ª ed. Barcelona: Crítica, 2000, pp. 13-20.
Bibliografía
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-Aguirre, Susana E. “El poder colonial y las prácticas de disidencia indígena en el Buenos Aires tardocolonial”. Simposio Internacional Resistance, “Resistencias, violencia y política en el mundo urbano”. Santander, 2018.
-Arias, Fabián [Reseña] Walter Mario Delrio. Memorias de expropiación. Sometimiento e incorporación indígena en la Patagonia, 1872-1943. Bernal: Universidad Nacional de Quilmes, 2005. En: Mundo Agrario, vol. 7, nº 13, 2006.
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